miércoles, 30 de julio de 2008

Ángel González

Ciego

¿Ciego a qué?
No a la luz:
a la vida.

¿Sordo a qué?
No al sonido:
a la música.

Abre los ojos,
oye:
nada ve,
nada escucha.


Como si al mundo entero
una nevada súbita
lo hubiese recubierto
de silencio y blancura.

Estampa de invierno

Mientras yo en mi yacija como es debido yazgo
arropado en las mantas y las evocaciones
de días más luminosos y clementes,
por no sé qué resquicio de mi ventana entra
un cuchillo de frío,
un gris galgo de frío
que se afana en mis huesos con furia roedora.

No es de ahora, ese frío.
Viene desde muy lejos:
de otras calles vacías y lluviosas,
de remotas estancias en penumbra
pobladas sólo por suspiros,
de sótanos sombríos
en cuyos muros reverbera el miedo.

(En un lugar distante,
trizó una bala
el luminoso espejo de aquel sueño,
y alguien gritaba aquí, a tu lado.
Amanecía.)

No.
No está desajustada la ventana;
la que está desquiciada es mi memoria.

Quise

Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo
como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio desde
el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste viendo
el fracaso del mundo con las mías
.

Esto

[...]

Pero esto es de momento sólo vida,
incomprensible y pura vida,
un vulgar episodio de la vida.

Y duele.

Tragedia sin grandeza
que a nadie inspirará piedad ni espanto,
sólo algún comentario desdeñoso
dedicado
a la torpe actuación agonista
cuyo infausto destino
no fue tramado por los dioses, sino
por ese pobre diablo que es él mismo.

La luz a ti debida

Sé que llegará el día en que ya nunca
volveré a contemplar
tu mirada curiosa y asombrada.
Tan sólo en tus pupilas
compruebo todavía,
sorprendido,
la belleza del mundo
-y allí, en su centro, tú,
iluminándolo.

Por eso, ahora,
mientras aún es posible,
mírame mirarte;
mete todo tu asombro
en mi mirada,
déjame verte cuando tú me miras
también a mí,
asombrado
de ver por ti y a ti, asombrosa.

Versos Amebeos

I
Hay mañanas en las que no me atrevo a abrir el cajón de la
mesa de noche
por temor a encontrar la pistola con la que debería pegarme
un tiro.
Últimamente las noches me mantienen literalmente en vilo,
y los amaneceres se me echan encima como perros furiosos,
arrancándome pedazos de mí mismo,
bascándome con saña el corazón.
La luz no hace más que enfurecer a esos perros enloquecidos
que no son exactamente las mañanas,
sino lo que ellas alumbran o provocan:
la memoria de dientes amarillos,
el remordimiento de fauces rencorosas
el miedo de letal aliento gélido.

Hay máñanas que deberían amanecer nunca
para que la luz no despierte lo que estaba dormido,
lo que estaría mejor dormido
y aún en el sueño vela, acosa, hiere.

II
He aquí que, tras la noche,
llegas, día.
Golpea hoy con tu gran aldaba de luz m pecho,
entra con todo tu espacio azul en mi corazón ensombrecido.
Que levanten el vuelo los pájaros dormidos en mi alma,
que llenen con su alegre griterío la máñana del mundo,
de mi mundo cerrado
los domingos y fiestas de guardar
secretos indecibles.

Hágase hoy en mí tu trasparencia,
sea yo en tu claridad,
Y todo vuelva a ser igual que entonces,
cuando tu llegada
no era el final del sueño,
sino su deslumbrante epifanía.

Publicado por topamax_girl en 17:38 |  

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